lunes, 26 de marzo de 2012

Óbitofranquezas II

II

La tarde en que moriste, Tomás, tu madre hacía tortillas

y cantaba una canción de los tecolines

que sonaba en la radio.


Un par de horas más tarde, golpeaba estrepitosamente tu pecho,

desecha en llanto, como regañándote por haberte muerto.


Tu padre puso en tu mano una moneda,

porque dicen que allá donde vas, cobran por delatar asesinos.


Ya te están mezcaleando allá afuera, Tomás,

levántate de ésa caja, ¿Qué no tienes calor?


Ya están sonando las cazuelas y las ollas, Tomás,

el atole ya está hirviendo. Anda a asomarte,

¿Qué no tienes hambre?


Sobre la tierra en que anduviste tantos días, Tomás,

vamos metiendo el hombro para llevarte al panteón.


Mira a tu madre, Tomás, de dónde sacará tantas lágrimas,

¿Quien se las habrá prestado?


No faltan mirones por las calles,

pájaros a los que tu muerte parece no importarles,

mujeres que se persignan, niños que detienen la carrera o el juego,

ancianos de miradas grises, estoicos mirando pasar la muerte.


Parece que toda esta tierra hubiera sido regada

por los ojos de tu madre, la pobre, ya no puede llorarte más,

ya sólo mira tu féretro, que desciende hacia las entrañas de la tierra

y emite un sollozo indescifrable, como si tarareara la canción de tu partida.

2 comentarios:

yaya dijo...

Aunque no lo creas flaquito, siempre estoy pendiente de tu escritura, será por que es el único hilo que me une a lo que en verdad amo.
Admiro tu sencibilidad de ver más alla de lo que la gente común vé las cosas de la vida,eso es ser poeta, ser grande de alma que es lo más vale.
DIOS te siga dotando de esa virtud..

yaya.

Enrique Chan dijo...

Te agradezco mucho que te des el tiempo de leerme. Te mando un beso y un abrazo enorme. Cuídate. Te deseo lo mejor. =)