I
El hecho de que me ponga a pensar
en tu muerte, Ceferino, no quiere decir
que ya quiera que te mueras.
Porque yo he pasado alguna tarde entera,
sentado a tu lado, robándote memorias
de naufragios y peleas de cantina.
Ya te estoy guardando mis lágrimas
para poder llorarte hasta el cansancio,
ya te estoy velando desde ahorita,
regalándote las horas que puedo y quiero.
Porque no quiero que la tarde de tu velorio,
nadie me diga que te ofrezca una “última noche”.
Irme a parar a un lado de tu féretro,
sabiendo que mientras estabas vivo, poco me ocupé de ti,
sería como mentarte la madre.
A mí ya me está doliendo tu partida,
me están haciendo falta tus historias,
tus torpes carcajadas y enfados innecesarios.
Los sábados ya no serán los mismos,
sin compañero fraterno, siempre lúcido y pasional,
para ver el arte de los hombres que se muelen a golpes.
La muerte, no conoce de futuros.
Por eso, compartirte mi pobre presente,
es la forma más sincera que tengo para quererte.