sábado, 5 de junio de 2010

Abasolo.

1

Abasolo cayó un buen día del nido que lo acobijaba. Y pequeño como era e indefenso, lo recogí. No sabía qué hacer. Ignoraba en sobremanera qué darle de comer; con una jeringa decidí darle agua, y gota a gota él la tomaba. Cuando sentía que se ahogaba, sacudía la cabeza y movía las patas como queriendo escapar, pero después se reincorporaba para volver a beber. Con su pico utilizado como una especie de pala, intenté darle pulpa de un mango abierto, creí que comería, pero sólo logré pintarle de amarillo el pico y la cavidad bucal. Esa misma tarde que cayó del nido, dos pájaros más grandes volaban cerca de mis manos como queriéndomelo arrebatar. Era una pena no poder volver a subirlo a su nido, y más aún, no poder dejarlo ir, porque no volaba. Con pedacitos de tortilla hice una pastita para dársela; pero no la comió.
2

La tarde del día en que cayó, logré conseguir alimento en una veterinaria. De vuelta a casa, me abordó la incertidumbre de no saber si Abasolo sobreviviría o no y una angustia rara se apoderó de mí. Cuando llegué a casa, Abasolo permanecía inmóvil en su jaula, encogido, con los ojos cerrados. Toqué con un leve golpe su jaula, y temiendo que no reaccionara murmuré – ¡Abasolo!-.

3

Pero Abasolo reaccionó. Disolví la pasta en agua como me dijo el muchacho de la veterinaria, lo tomé con cuidado para sacarlo de su jaula, e intenté dársela. Pero no comió nada. Le volví a dar agua con la jeringa y bebió algunas gotas. Sabía que no iba a ser suficiente con agua para que sobreviviera, pero tenía una leve e infundada esperanza de verlo sobrevivir y volar. Lo volví a meter a su jaula y me fui a mi habitación.

Regresé por él unas horas después…

4

Tendido sobre el piso de su jaula, yacía Abasolo con los parpados cerrados. Apenas respiraba. Lo tomé con cuidado y acostado sobre mis manos parecía que dormía, pero agonizaba. Lo miré fijamente acariciando sus alas y la tristeza más estúpida se apoderó de mí, tomé una bolsa de plástico amarilla y puse a Abasolo dentro de ella, la cerré y fui a tirarlo a la basura.

5

La tristeza tan ridícula e inexplicable que me asalta ésta noche, no proviene del fallecimiento de un familiar cercano, ni tampoco de las penas y problemas que encuentro a mi alrededor, ni mucho menos del fracaso del que vengo y trato de recuperarme. La tristeza irrisoria e inescrutable que me irrumpe ésta noche, se debe tan sólo a la muerte de un Zenzontle café llamado Abasolo que la tarde de un 3 de Junio cayó de su nido, que sucumbió ante mi incapacidad de alimentarlo, y ahora, dentro de una bolsa de plástico amarilla, permanece irremediablemente muerto en un bote de basura.