sábado, 31 de diciembre de 2011

Poema escrito a manera de sms viajando en un autobús con destino a Juchitán de Zaragoza.

En el trueque de tu sexo por mis versos,
mientras finjo que te amo,
me siento más sólo.

No sé a qué juego enamorando
a varias mujeres, vendiéndoles miseria
y poemas a cambio de sus piernas.

No sé qué pretendo con esa linda chica
de diecisiete años, mientras le apreto los senos
y sacio mi perversidad y me bebo su ternura.

Entre mis diferentes e infinitas soledades
invoco a una extraña que tal vez anda por ahí
pensando en el trabajo, comiendo o haciendo el amor.

Yo imploro al mundo que me deje verla un día
ande yo sobrio y de buena cara
para lanzarle un hola y ver qué pasa.

Imagino que vendrá con sus dedos finos y largos,
me elegirá como se escoge una fruta de un árbol
y si me va bien, me comerá.

Ojalá que tenga pies pequeños cortados como pan
y que tenga un torso esbelto y blanco
y rodillas adiamantadas y que huela a café.




Fotografía: Edward Olive.

martes, 20 de diciembre de 2011

Ceferino

Hay tardes como ésta en que encuentro al abuelo dormido, recostado en su sillón, apretando con las manos la toalla que le cubre las piernas, como si quisiera aferrarse a la vida y escapar del sueño de la muerte.

Las ramas de los árboles chocan contra las láminas de la casa y producen un estruendo que exalta al abuelo, pero no lo despierta. Yo lo imagino parado en la proa de un barco asustado por relámpagos de tormenta y olas gigantes.

No sé porqué siempre sueño con el trabajo –confiesa- Sueño que me peleo con un par de cabrones que no me quieren dar chamba. ¡Puras tonterías! –finiquita- y baja la cabeza sintiendo pena por sus recuerdos.

Al abuelo le gusta contarme sus viajes en alta mar. Se emociona y alza los brazos marrones, magullados, tostados por el sol. Y yo lo imagino luchando con quimeras en tráfagas e inacabables batallas marinas.

A veces lo sorprendo observando absorto la foto de la abuela que tiene sobre el buró. Parece que charlaran. Él pide disculpas, ella lo invita a morirse.

Cuando lo descubro cabizbajo, pensativo, agazapado entre sus miles de arrugas, ahogado en una angustia infinita o sosteniendo el periódico con sus manos trémulas, pienso en aquel poema de Neruda. Abuelo, “¡Todo en ti fue naufragio!”