Al final de cuentas vivimos en un mundo de desconocidos.
Aquellos a quienes llamamos con ventaja amigos, padres o hermanos, no son más que un complejo de ideales y pensamientos paralelos y ajenos a los nuestros. Pensar entonces que conocemos a alguien, no es sino un acto aventurado y ciego propio del ego.
Al final de cuentas (y no necesariamente al final), no podemos conocernos ni a nosotros mismos. Es una realidad concreta, más simple de lo que parece. Un camino de incógnitas sin respuestas, no porque no sepamos encontrarlas, sino sencillamente porque no las hay.
La vida se vuelve siempre, una historia cíclica en la que nos creemos escritores de un cuento, en el que tan solo somos personajes.